15 Jun Tecnología en la oficina, cómo medimos la salud de los lugares de trabajo
La crisis del Covid19 nos ha desnudado y ha puesto en evidencia nuestra vulnerabilidad. Ojalá el hecho de sentirnos más vulnerables también nos haga más conscientes de los límites de la Tierra. Si la pandemia acaba resultando una crisis fugaz -viene rápido y en un par de años, con una vacuna, puede estar controlada- hay otras, como el cambio climático, que tienen otra inercia, que acechan lentamente.
Llevamos 25 años de cumbres por el clima, el calentamiento global lleva anunciándose décadas y todavía nos quedan 10 años para tomar medidas, pero ya vemos sus efectos. En la crisis climática lo más complicado es su solución, no existe vacuna y conllevará muchos años paliarla. Además, para muchas de sus consecuencias ya no hay remedio: no vamos a recuperar la biodiversidad perdida, los desiertos habrán avanzado y los glaciares, desaparecido. El clima va a cambiar drásticamente las condiciones de habitabilidad del planeta, esperamos que este sentimiento de vulnerabilidad nos haga más conscientes ante lo que está por venir.
Con la irrupción de la pandemia y el confinamiento, a la hora de abordar un espacio de trabajo -llamémoslo oficina, coworking, workplace o flex work- se ha revelado más importante que nunca implementar medidas de salud y seguridad sanitaria efectivas.
Cada vez aparecen más materiales y técnicas específicas que limpian el aire, como los fotocatalíticos y las lámparas ultravioleta; y también disciplinas que analizan los comportamientos humanos, como la psicología ambiental, biofilia o la neuroarquitectura. Sin embargo, en este texto no vamos a entrar en materiales, ni en técnicas de limpieza, ni en disciplinas que estudian la salud. Vamos a abordar los indicadores, los KPI de la salud en los edificios.
¿Tenemos detectados cuáles son los contaminantes más importantes y peligrosos para nuestra salud? ¿Sabemos realmente cuáles son los niveles saludables de esos indicadores?
Al igual que con el calentamiento global, la normativa suele llegar tarde y llegan primero los informes científicos que alertan de ciertos peligros en la salud. Por ello, es importante tener una estrategia de prevención y hacer caso a la ciencia sobre estos peligros desde el principio. Por ejemplo, Well, el standard americano de certificación de la salud en los edificios, trabaja con más de 600 informes científicos sobre la afección de diferentes parámetros en la salud humana. Además, disponemos de instrumentos para abordar estas estrategias, como el principio de precaución adoptado por el Consejo de Europa en la resolución de Niza de 2000.
El pasado 23 de abril, la Asociación ECÓMETRO celebró un webinar dentro de la serie “Ecología a debate” sobre ¿Cómo medir la salud en los espacios de oficina?. Contamos con la presencia de WELL e inBIOT; y analizamos un informe del Instituto para la salud Geoambiental. Gracias a las experiencias que compartieron, pudimos corroborar cómo las herramientas y tecnologías de medición avanzan a gran velocidad y podemos acceder en tiempo real a parámetros que antes nos costaba mucho medir.
Existe consenso sobre la necesidad de mejorar la calidad del aire, la luz y el ruido en los espacios de oficinas, mientras, el Instituto para la salud Geoambiental afronta la mejora de nuestra relación con el ambiente electromagnético, responsable de enfermedades como las lipoatrofias, dentro de lo que se denomina el “edificio enfermo”. Sobre este controvertido y relativamente novedoso tema, ya existe una nutrida base de informes y recomendaciones internacionales que alertan de su problemática, como los informes Bioinitiative 2012 y 2014, la declaración de París del 2009, la convención de Salzburgo del año 2000 y la Resolución 1815 del Consejo de Europa del 2011, entre otros muchos informes y estudios.
La tecnología es una gran oportunidad, pero exceso o la falta de control sobre los límites de la tecnología puede ser un problema. Por ejemplo, un espacio excesivamente electrificado con un campo eléctrico encima de la mesa de trabajo mayor de 40 V/m no es aconsejable para la salud. O puede ser un problema estar expuesto a campos magnéticos mayores de 100 nT en un puesto de trabajo donde pasamos 8 horas durante muchos meses.
Al mismo tiempo, la tecnología nos está ayudando a recoger una serie de valores ambientales del lugar a tiempo real y que proporcionan una información básica para garantizar los parámetros de salud dentro de un espacio. Esto lo pudimos comprobar con los equipos de inBIOT, una monitorización a tiempo real de COVs (compuestos orgánicos volátiles), formaldehidos, CO2, partículas en suspensión y gas radón. Con este tipo de herramientas podemos saber de forma instantánea cuándo sobrepasamos niveles saludables: más de 900 ppm de CO2, formaldehidos por encima de los 70 µg / m³ o valores superiores a los 100 Beq/m³ por gas radón y, así, poder tomar medidas, como incrementar los niveles de ventilación.
La tecnología no es buena ni mala por sí misma, simplemente tenemos que saber relacionarnos con ella y saber cuáles son los parámetros más óptimos para garantizar la salud de las personas. Como vemos, cuando conocemos esos parámetros y sus límites, entonces aprendemos a relacionarnos correctamente con la tecnología y se convierte en una gran aliada.
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